lunes, 22 de marzo de 2010

Díaz, no estuvo a la altura

Al igual que Pérez, Díaz también trabaja en una institución de educación superior. Pero a diferencia de él, no forma parte del personal auxiliar, sino del aparato académico. Él es profesional, exitoso y con cierto reconocimiento. Incluso en alguna época llegó a ocupar cargos directivos en dicha institución.
Su casa, por lo mismo, no está en las barriadas costeras de Penco. Está en Andalué. Un barrio residencial ubicado en los cerros de la comuna de San Pedro de la Paz, frente a Concepción, que a fines de los 90 comenzó a transformarse en el refugio de moda de la clase media ascendente.
Su exclusividad es tal que casi no cuenta con locomoción pública. De hecho, para que las "asesoras del hogar" puedan llegar cada día, los patrones dispusieron un bus que las espera abajo, en la villa, y las transporta a su lugar de trabajo, previa presentación de su credencial. Es el conocido "bus de las nanas".
Por su estratégica ubicación e interesante clientela, también algunos de los colegios particulares de Concepción se instalaron en el lugar.
Díaz, "el ingeniero" como es conocido hoy gracias a la prensa, tiene ahí una imponente casa. Su garage alberga, además del auto de su esposa, un Hyundai Santa Fe, de esos que en su versión más simple parten costando alrededor de 15 millones.
Su casa no fue destrozada por el terremoto, como sí sucedió con la de Pérez, que a mitad de la noche tuvo que ver como el mar entró en ella arrasando sus pertenencias. Tampoco tiene las urgencias de Pérez. Su diferencia salarial es, al menos, 10 a uno. Sin considerar el ingreso de su esposa, también profesional.
Pero por alguna razón difícil de descifrar, según señala la prensa, Díaz se unió a los "saqueadores" (como con insistencia enfermiza se les llama). En su Hyundai, se entiende.
Los vecinos del supermercado de la villa lo fotografiaron y lo denunciaron. Hoy está transformado en un caso nacional emblemático. No se trata del lumpen poblacional que se apropió de los supermercados para salir corriendo con cuanto encontró a su paso. Se trata del estrato culto, académico, y relativamente pudiente, que no salió a saquear por temor al hambre del día siguiente.
Su caso tiene, además, otros dos elementos que lo hacen socialmente interesante. El primero ha sido el deleite de la prensa por la captura de alguien distinto a los sospechosos de siempre. Su detención salió en los medios de circulación nacional y fue profusamente difundida. Como ocurrió con el tipo echándose la lavadora al hombro, que fue exhibido hasta la saciedad.
Lo otro que lo hace interesante es que, a diferencia de lo que ocurrió con la mayoría de los detenidos de las poblaciones, gracias a la maña de su defensa Díaz no quedó en prisión preventiva, sino con arresto domiciliario nocturno, para molestia de la fiscal regional del Bío Bío.
Por desgracia, conociendo un poco nuestra sociedad, de algún modo ambas cosas eran esperables.

jueves, 18 de marzo de 2010

Pérez, a la altura

Por Daniel Casanova

Pérez es un hombre humilde y esforzado. Trabaja como parte del personal auxiliar de una institución de educación y los fines de semana hace "pololitos" de gasfitería y construcción. Su casa está en Penco, a pocos metros de la playa. Tiene dos hijos discapacitados y un humor pícaro a toda prueba. Una vez le gastó una broma emblemática a un guardia: Le dijo con seriedad y voz de mando, "cuando salga el rector de clases le dice que yo quiero hablar inmediatamente con él". El guardia se la compró y al rato llegó con el rector con cara de pregunta.
La noche del terremoto huyó de su casa a los cerros de Penco con su familia. Tras la primera incursión del mar fue a ver su casa, la que permanecía aún fuera del alcance del agua. Vio entonces que se recogía el mar, como si se algo lo estuviera succionando con tal fuerza, que se secaba todo al instante. Había un ruido sordo omnipresente. Arrancó nuevamente a las alturas y vino la segunda marejada, que alcanzó su casa. Nuevamente fue a constatar los daños y nuevamente el mar se recogió todavía con más fuerza. Se alejó otra vez de la costa. Vio que el mar se recogía y abría y dejaba una gran extensión seca, más o menos de un kilómetro. Vino la tercera y última ola. Pérez relata que el mar y un sin fin de materiales de todas clases que traía, se metía por debajo de las casas cimentadas en pilares y las sacaba se cuajo, bajo un ruido infernal de clavos y fierros que se desprendían de su lugar. Las casas navegaban en medio de containers y barcos a la deriva, traídos por la furia oceánica desde el muelle de Talcahuano. Su casa se salvó, pero el agua, el barro, los escombros y la basura llegaron a un metro del altura. Encontraría luego el refrigerador acostado arriba de una mesa y encima la silla de ruedas de unos de sus hijos. Él y su familia quedaron con lo puesto y sin provisiones de ninguna clase.
Al día siguiente, teniendo a su haber sólo lo puesto, los vecinos le avisaron que estaban sacando mercadería del supermercado Líder. No lo dudó ni un segundo y partió a buscar lo suyo. En la tarde, junto a unos vecinos, ayudaron al dueño de negocio del barrio a acceder a su boliche, cuya cortina estaba trabada. Hecha la pega, le pidieron al comerciante que se rajara con algo de agua mineral y cigarrillos y éste se negó. En el camino de vuelta a los cerros le contaron la anécdota a los "cabros de la esquina", los que rápidamente concurrieron al negocio, lo abrieron como pudieron, hicieron paquetes y repartieron todo a los vecinos, que estaban sin agua y sin comida.
Pérez está hoy de allegado, tratando de hacer su casa habitable y juntando corazón para volver a vivir en la orilla del mar, mientras sigue temblando en la zona, escasea el agua y la luz se corta todos los días. Necesita enseres de casa, loza y esas cosas. Ha recibido una cajita de alimentos tirada a destiempo por alguna agencia pública o privada, mientras Piñera y Bachelet se abrazaban en la Teletón celebrando la constatación de que la provebial solidaridad del chileno aún estaba en pie y los mercaderes se sobaban las manos con las inesperadas utilidades telúricas.
Creo que los medios, el estado y las elites intelectuales nos venden una idea maniquea de la realidad, simplificada, bruta y sin matices. En Concepción ahora hay saqueadores y saqueados. Hay gente decente y flaites. Y si se hubiesen dado un par de condiciones para una noche de cuchillos largos, no cabe duda que habría ocurrido y los medios la habrían reporteado "objetivamente". No falta el que también dice que esto es lucha de clases. Asomos de no se qué rebeldía histórica. Sospecho que tras cada uno de esos juicios hay una parcela que defender del saqueo de la desnuda realidad.
Es todo muy complejo, todo son historias particulares; el resto es un invento de alguien. ¿Podría yo con apego a los hechos decir que Pérez actuó por resentimiento social? ¿Podría yo atribuir los hechos al "modelo neoliberal" y la "lucha de clases" sin atropellar en una generalización olímplica la facticidad rotunda de estos días oscuros? ¿o cómo podría agarrarme la cabeza a dos manos y lamentarme por "el estado moral de los chilenos"?
No se nada, salvo que yo, en las mismas circunstancias de Pérez, habría hecho lo mismo. Si tuviera -además- su claridad instantánea y su coraje para estar a la altura.

lunes, 15 de marzo de 2010

De cuicos, flaites y otras yerbas

La Piojera es uno de los bares más conocidos y antiguos de Santiago. Según se dice, su fundación se remonta a fines del siglo XIX y desde 1916 es administrado por la misma familia.
Cuenta la leyenda que éste era uno de los pocos espacios urbanos en que se juntaban los aristócratas de la "ciudad propia" con los rotos de los barrios "ultra Mapocho", que habría sido el propio Presidente Arturo Alessandri quien le habría puesto el nombre de Piojera y que en sus visitas a Chile, el célebre tenor Ramón Vinay habría cantado parado sobre los toneles de vino, para deleite de los parroquianos.
La Piojera era, en el Santiago antiguo, una especie de frontera material y lúdica entre la civilización y la barbarie.
Su menú es precario, poco pulcro, lo mismo que sus instalaciones y ni hablar de su dudosa higiene. Su concurrencia diaria es una mezcla de oficinistas, ferieros, estudiantes, funcionarios públicos y patipelados de todas clases. En otras palabras, es el lugar ideal para ir a tomar un buen pipeño mezclado con chicha de uva y comerse un sánguche de arrollado, en la más completa tranquilidad. También para comprar cigarrillos sueltos y toda suerte de chucherías de esas que venden los ambulantes de la zona.
Los viernes y sábados en la tarde, sin embargo, el paisaje humano cambia radicalmente. La Piojera se llena de cabelleras rubias, de esas que no conocen los piojos. Ojos azules y pieles blancas ahuyentan a los nativos, con sus risas de bienestar y sus billetes sin amuñar.
Son los cuicos que "bajan" al centro a conocer los lugares del folclor capitalino. A ver a los rotos en su hábitat natural y rozarse con ellos. A encontrarlos choros, encachados y sentirse chilenos. Es una especie de turismo aventura urbano. Donde el riesgo es, se imaginan, morir apuñalado, intoxicarse con la comida o, incluso, llegar a ser toqueteados por curtidas manos obreras.
Los viernes y los sábados, entonces, los visitantes habituales se van a otros bares. Donde puedan tomarse tranquilos el trago de la tarde y reírse de sus miserias y riquezas, sin tener que disputar su propio espacio con los cuicos.
Esta escena se repite ocasionalmente en la Casa de Cena, en el Hoyo, en el Wonder Bar y otros restaurantes de raigambre popular. Es la nueva moda del riquerío. Es su forma de sentirse parte de un país y de una sociedad de la que no son mucho más que lejanos vecinos.
Pero esto no está en si mal. Habla de la clase de sociedad en que vivimos y que hemos construido. Donde unos deben hacer excursiones para enterarse cómo viven y se divierten los otros.
Sería interesante, sin embargo, averiguar qué pasaría si fuera a la inversa.
Es decir, si un grupo de rotos, más recientemente llamados flaites, se armara de curiosidad, coraje y dinero, y se arriesgara a adentrarse en tierra cuica. Es decir, ¿qué pasaría si unos cincuenta flaites, con sus cabelleras negras, sus zapatillas chillonas y sus collares blin blin se dejaran caer por los restaurantes de Borde Río (que es más bien siútico, que cuico), en el Mesón Patagonia, en La Sal, en Le Due Torri o quién sabe en qué otro lugar? 0 ¿Si aparecieran de pronto en Cachagua o Zapallar?
¿Qué harían los cuicos? ¿Los dejarían entrar, los atenderían, como sí los atienden a ellos?

lunes, 8 de marzo de 2010

Terremoto, televisión y banalidad

Cuando se produjo el terremoto yo estaba a casi cuatro mil kilómetros, en Quito.
A pesar de no haber sido una victima directa, sí lo fui de la televisión chilena. De TVN cable, nuestra señal internacional.
Al principio, al igual que todo el mundo, los locutores y reporteros estaban desorientados e ignoraban las proporciones de la catástrofe. Sólo había tomas nocturnas y de algunas partes de Chile. A medida que pasaron los días se tuvo mayor información y los reporteros parecían más dueños y conocedores de la situación.
Las imágenes eran aterradoras: edificios derrumbados, pueblos costeños devastados, cadáveres y ataúdes apilados, personas atrapadas bajo los escombros, puentes caídos, autos destrozados, etc.
Pero por alguna razón las cámaras insistieron en mostrar las mismas escenas una y otra vez: el tumbado edificio de Concepción, el de Maipú arrugado como un acordeón, las casas destruidas del Santiago republicano y las ciudades arrasadas de la costa.
El primer cambio llegó con los saqueos de Concepción. Por fin pudo el españolísimo Amaro Gómez dedicarse a perseguir, micrófono en mano y eludiendo bombas lacrimógenas, a quienes trataban de echarse al hombro una lavadora, para hacerle la heroica pregunta acerca de las razones de su botín.
La situación se distendió cuando por fin se pudo entrevistar a las víctimas, haciéndoles contar su tragedia hasta que comenzaran a llorar a sus seres queridos y pertenencias ante las cámaras.
Finalmente se pudo tratar, en el tono farandulero del "Buenos Días a Todos", otros aspectos del terremoto. Como la responsabilidad de las constructoras por los edificios derrumbados.
A esas alturas, ya no sabía que pensar. Concluí que desde Santiago a Concepción quedaba poco o nada en pie. El sur estaría completamente incomunicado, seguramente miles de personas yacerían bajo los escombros y los demás perecerían de hambre o alguna de esas pestes que se desatan después de estas catástrofes.
El jueves, cuando llegué al Barrio Brasil, descubrí con sorpresa que no había casas derrumbadas a la vista. Que para encontrarlas había que recorrer las calles con cierto cuidado y en dirección específica. Además, los servicios básicos funcionaban con normalidad.
Hablé con amigos de Concepción y Talca. Efectivamente había mucha destrucción, me dijeron, pero ya tenían luz e incluso internet. Faltaba que repusieran el agua, que era uno de los mayores problemas, junto al abastecimiento de alimentos, que estaban comenzando a llegar.
La costa, en cambio está efectivamente, devastada. Y las personas lo están pasando muy mal.
Pero todo ello estaba muy lejos de la sensación de fin de mundo que me generó la televisión chilena, en su insana obsesión por lo destruido.
En ningún minuto ésta presentó un catastro del estado de las comunicaciones o servicios básicos, de los hospitales en funcionamiento, de las farmacias atendiendo, del estado de las carreteras o de otras situaciones de ayuda a la comunidad.
Ahí terminé de convencerme de la inutilidad de una televisión "nacional" sometida al mercado. Chile no tiene una televisión pública, sino sólo comercial, que si no puede vender con el meneo de una cadera adolescente, lo hace con el llanto de una abuelita en la desolación.
Algunos dirán que ello se hace para sensibilizar. Puede que tengan algo de razón, pero la sensibilización también termina cuando lo que se logra es alarmar o el dolor ajeno es banalizado y vendido al mejor auspiciador.

sábado, 6 de marzo de 2010

Terremoto, imagen país y sociedad

Por Felipe Rivera


Con inquietud observo los acontecimientos desde el 27 de febrero hasta ahora. Nuestra sociedad ya no es la misma de hace 25 años atrás. Fuimos, frente a las catástrofes, más unidos como país y menos presumidos como personas.

Con desesperanza podemos observar que mientras se derrumbó el único aeropuerto internacional, se ha evitado tomar medidas “tercermundistas” como podría ser lanzar en aviones hacia los lugares más afectados alimento y agua. “No vaya a ser cosa que se nos confunda con un país subdesarrollado”.

Con desilusión podemos ver que nuestros medios de comunicación no logran esclarecer situaciones de catástrofe y dejan sin sentido lo relevante, mientras hacen eco de lo irrelevante hasta hacerlo morboso.

Lamentable nuestra incapacidad para poner en alerta a nuestras costas. No contamos con las herramientas estratégicas para mantener comunicado a nuestro país. Especial revisión merecen el cumplimento de las Normas de Construcción. No podemos considerarnos un país estratégicamente seguro, cuando dependemos de una sola vía de interconexión, a cargo de concesionarias sin experiencia en países sísmicos.

Mientras empezamos a recibir ayuda internacional y somos visitados por Presidentes de países vecinos y amigos, los albergues y hospitales no tienen un trato igualitario para migrantes residentes en Chile quienes se han visto igualmente damnificados.

Sobretodo tendremos que revisar nuestros cimientos sociales.