sábado, 2 de diciembre de 2017

El dilema del Frente Amplio

En cuanto se conocieron los resultados de la reciente elección, Marco Enríquez-Ominami salió a respaldar al candidato de la Fuerza de la Mayoría, señalando que era "el momento de Alejandro". De hecho, en plena campaña había indicado que no repetiría el error que llevó a la elección de Sebastián Piñera como Presidente.
El error principal de MEO en aquella ocasión, sin embargo, no fue creer que con negar su apoyo al candidato oficialista él se perfilaría mejor para el futuro, sino pensar que los votos eran suyos.
Lo que él había captado era un descontento, bastante transversal y muy patrocinado por la derecha, que le dio un lugar de privilegio en los medios de comunicación, de los cuales es dueña, a fin de levantarlo frente a Eduardo Frei.
Otro error, no menos importante, fue no entender que la gente ya no quería (y no quiere) seguir esperando eternamente ciertas reformas. Es mejor una reforma a medias ahora, que una gran reforma en dos elecciones más. Por lo tanto, el voto tiene una demanda de urgencia que antes, tal vez, no tenía.
El dilema de MEO no era solucionable. Apoyar a Frei sería leído por un importante grupo de votantes como una traición a su propio discurso, por vago o ambiguo que fuera. No hacerlo era entregarle el gobierno a la derecha y postergar mejoras en la vida cotidiana de quienes lo apoyaron, en beneficio político personal.
A mi juicio, evidentemente con ciertos matices, en un dilema similar se encuentra hoy el Frente Amplio.
Salvo Revolución Democrática y el movimiento Autonomista, los demás grupos que lo componen no evidencian una base social que los pueda sostener y proyectar en el largo plazo. El FA tienen mucho ascendiente en sectores jóvenes e "ilustrados" (por usar un concepto del siglo pasado). Muchos estudiantes y profesionales jóvenes, pero escasa calle.
Es más, pienso que su éxito no se entiende tampoco sin la figura de Beatriz Sánchez, que fue creciendo a medida que avanzó la campaña, generando importantes apoyos a su propio liderazgo. Figura que, como dos elecciones atrás pasó con MEO, también fue levantada por la prensa de derecha con la esperanza de hacerla pasar a segunda vuelta, porque la consideraba menos competitiva.
Ayer, después de largos debates, votaciones y otros procedimientos, el Frente Amplio decidió no llamar a votar por el candidato oficialista y dar libertad de acción a sus seguidores.
Apoyar a Guillier, como escuché decir, era " dispararse en los pies".
Ésta es una apuesta arriesgada, que supone que los votantes serán leales y que continuarán respaldando esta iniciativa política en el futuro.
Pienso, sin embargo, que ello no será así.
En primer lugar, por las mismas razones que no sucedió con Marco Enríquez. Un porcentaje importante de los votos no son incondicionales del FA: se originan en el descontento con lo que sucede en Chile hoy y hubieran votado por cualquiera que represente dicho descontento. Asimismo, no transar en las reformas - en su profundidad y en su temporalidad - posterga los deseos de cambio de miles de personas, en beneficio de su proyecto político. Proyecto que, por lo demás, hasta ahora no existe más allá de un par de esloganes.
Pero ello no será así además porque, de ganar la derecha, el FA deberán compartir con la Concertación el rol opositor, dándole cuatro años para que ésta se recomponga y vuelva a reinventarse. Esto, sin considerar la "retroexcavadora" que la derecha gobernante echará a andar.
De ganar Guillier será, a ojos de todos, sin el apoyo del FA. Es decir, a pesar de su egoísmo político y social. Pero la composición del Congreso los obligará a trabajar juntos y apoyar reformas parciales que ahora se negaron a garantizar.
Como sea. Espero equivocarme. Quiero pensar que el Frente Amplio ha llegado para, por fin, poder equilibrar una balanza que hasta ahora sólo se ha inclinado hacia los más poderosos.
Pero esto no lo decidiré yo. Lo hará la calle, donde - como dije - tengo la sospecha que estos nuevos líderes aún no han llegado y muchos ni siquiera conocen.